São Miguel

São Miguel es la segunda isla más oriental del archipiélago, tras Santa Maria, y con una superficie de 757 km2 constituye la de mayor tamaño y a su vez la capitalina. Su formación geológica tuvo lugar en seis fases volcánicas, que abarcan desde el complejo de Nordeste (la zona más antigua) al de Picos, donde se ha desarrollado un volcanismo reciente. Estas diferentes formaciones se reflejan en el paisaje y la geomorfología, de manera que en las áreas más antiguas se aprecia un mayor grado de abarrancamiento, con valles y barrancos más o menos accidentados en los que es muy patente la erosión híridica secular acaecida en ellos, por ejemplo en la Serra da Tronqueira, situada en el sector oriental; aquí se localiza la altitud máxima, el Pico da Vara (1.103 m).

Por el contrario, en la región de Picos se aprecia un paisaje casi plano y una importante alineación de volcanes o conos de cínder, junto a coladas de lava que fluyeron hacia el mar. De su geomorfología destacan en particular los cráteres o calderas volcánicas con lagos en su interior, algunos de ellos de notables dimensiones, como los de Sete Cidades, Furnas y Fogo. Por otro lado, hay acantilados costeros de notable altura en distintas vertientes, en ocasiones con más de 200 m de verticalidad, y también llaman la atención las “islas bajas” o plataformas más o menos llanas existentes al pie de los cantiles, formadas básicamente por coladas que penetraron hacia el mar, aunque también las puede haber constituidas -al menos en parte- por desplomes. Dichas plataformas reciben el nombre local de “fajãs”, destacando entre otras las de Mosteiros, Ponta da Ferraria y Maia. De igual forma, ocasionalmente se encuentran algunas playas de arena negra o de tonos grisáceos, sobre todo de origen basáltico, siendo digna de mención la de Ribeira Grande, en la costa norte, por su cierta amplitud.

En cuanto al clima, lo más destacable es la alta pluviometría que afecta al archipiélago de las Azores en general, patente en esta isla aunque no llegue a los niveles de otras más húmedas como Flores, pues las precipitaciones se incrementan de este a oeste. El valor medio anual en la capital, Ponta Delgada, está muy cerca de los 1.000 mm, y no cabe duda de que en las zonas montañosas las cantidades de lluvia deben ser dos o tres veces superiores. Un aspecto destacable y diferencial de las dos islas orientales con respecto a las restantes es la mayor incidencia en ellas de los vientos alisios del noreste, así como un número de horas de sol al año sensiblemente superior.

Con una población actual de 137.700 habitantes (2011), esta isla fue una de las dos primeras en poblarse tras su descubrimiento oficial, que tuvo lugar en el siglo XV (1427) por parte de Diogo de Silves, bajo los auspicios del infante D. Enrique el Navegante. Al igual que ha ocurrido en otros archipiélagos macaronésicos, previo al poblamiento humano tuvieron lugar sueltas masivas de ganado, de forma que éste sirviera de sustento a los habitantes. Al respecto es interesante destacar el origen norte-alentejano, extremeño y madeirense de los primeros colonos que pisaron esta ínsula.
La economía local se basa aún, en gran medida, en el sector primario, teniendo una particular importancia -al igual que en el resto del archipiélago- la ganadería, que se relaciona con una buena parte de las exportaciones, ya que un porcentaje muy significativo de los productos lácteos de Portugal tienen su origen en las Azores; a ello se debe precisamente la existencia de amplias zonas de pasto repartidas por casi toda la isla. Además, la agricultura ha tenido un papel crucial ya desde los inicios de la colonización, con la introducción de los cereales (trigo, millo, etc.) y posteriormente de la caña de azúcar, que dieron lugar en épocas más modernas a nuevos cultivos como la naranja, la piña tropical, el tabaco y el té.

En cuanto a la pesca, adquiere especial relevancia la de túnidos, si bien la actividad más famosa desarrollada por los azoreños en el mar ha sido la caza de las ballenas, que, una vez prohibida, ha desembocado en una forma de turismo sostenible basado en la observación de ballenas y delfines, tanto desde tierra como sobre todo en mar abierto, por medio de embarcaciones autorizadas para tal fin. En este sentido, durante las últimas décadas se asiste a un notable incremento de las visitas turísticas a la generalidad del archipiélago, siendo São Miguel, por su condición de isla capitalina y sus indudables atractivos -ya sean naturales o de origen antrópico, como son las construcciones tradicionales bien conservadas o los magníficos jardines con flora tropical-, una de las más frecuentadas.

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