Paleontología de Madeira
Los estudios paleontológicos en el archipiélago de Madeira se iniciaron en el siglo XIX, si bien el registro fósil es bastante fragmentario, como sucede en todas las islas volcánicas, donde los materiales eruptivos cubren los posibles depósitos sedimentarios que existan. Como ocurre en Salvajes, Canarias y Cabo Verde, en este archipiélago se observan varios depósitos de arenas eólicas del Cuaternario, algunos con una potencia de hasta 40 m, como ocurre en Porto Santo. Estos yacimientos no solo son importantes desde el punto de vista paleontológico, sino también paleoclimático, pues en ellos suelen quedar intercalados pequeños niveles ricos en arcillas y limos que representan antiguos suelos (paleosuelos). Los paleosuelos indican épocas de mayor humedad y pluviosidad, factores que propiciaron el desarrollo de la vegetación, mientras que las arenas indican periodos de mayor aridez, con fuertes vientos. En estos yacimientos se han hallado conchas de varias especies de gasterópodos terrestres, llamando la atención la gran diversidad de formas similares a las continentales (Geomitra, Leptaxis, etc.), al contrario de lo que sucede en Canarias. También en las paleodunas se han hallado restos óseos de aves, tanto marinas como terrestres. Entre las primeras cabe destacar el hallazgo del esternón de un alca gigante (Pinguinis impennis), ya extinta, y que se considera el registro más meridional de la distribución de esta especie. En 1854, Charles Lyell, considerado el padre de la geología moderna, encontró en Madeira los primeros fósiles de plantas de la Macaronesia, que corresponden a especies actuales del monteverde (Pteris sp., Myrica faya, etc.). En lo que se refiere al registro paleontológico marino, en el archipiélago de Madeira los fósiles más antiguos corresponden a nanofósiles calcáreos que aparecen en los materiales basálticos y traquíticos de la secuencia submarina de Porto Santo, los cuales tienen una edad aproximada de 14 Ma (millones de años). Es de destacar en este apartado la riqueza de arrecifes de corales fósiles que se encuentran en el islote de Baixo, Porto Santo y Madeira, a alturas de 340 hasta 400 m. Estos arrecifes están formados por géneros de corales de aguas cálidas (Siderastrea, Tarbellastrea, etc.), que se extinguieron en estas latitudes al final del Mioceno (hace 5 Ma), debido probablemente a cambios bruscos del nivel del mar y a la crisis de salinidad producida en el Atlántico por el cierre del mar Mediterráneo. Asociados a estos corales también aparece una gran diversidad de moluscos (Turbinella paucinoda, Conus puschi, Lucina bellardiana, etc.) -todas especies típicas de finales del Mioceno-, equinodermos de gran tamaño (Clypeaster altus), briozoos y algas rodofíceas, llamadas laranjas (naranjas) en Madeira. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre en el resto de los archipiélagos macaronésicos, las investigaciones sobre depósitos marinos del Pleistoceno de Madeira son inexistentes. Algunos yacimientos han sido incorporados en los estudios generales de la paleontología marina del archipiélago, pero es muy difícil diferenciarlos de los del Mioceno, tan bien conservados en estas islas. Probablemente, el déficit de estudios se deba a que se trata de yacimientos de pequeña extensión o a que están cubiertos por materiales de derrubio actuales, lo que dificulta su localización.